Crónicas Argentinas - Bienvenida



Comienzo con este texto el relato de la aventura que hemos emprendido Natasha y yo, no sin un montón de dudas, pero con la ilusión de respirar algo de normalidad durante unos meses y, si se puede, ayudar más efectivamente a nuestros padres, que siguen bregando en Venezuela. 


 Primero, comentar el buen servicio de Aerolíneas Argentinas. Salimos puntualmente de Maiquetía (Aeropuerto Internacional que sirve a Caracas) y tras un toque técnico en Bogotá, llegamos a Ezeiza (Buenos Aires) con casi una hora de adelanto respecto a la anunciada en el boleto. Un viaje impecable, sin sobresaltos ni inconvenientes de ningún tipo.


Debíamos aterrizar a las 00:50 en la capital argentina, pero además de haber llegado con 45 minutos de adelanto, habíamos partido en el huso -4:00 GMT y arribamos en el huso -3:00 GMT, de modo que mi reloj marcaba las 11:05 de la noche cuando tocamos tierra. Esa era la hora en Venezuela, mientras que en la nación austral eran las 00:05.


Las maletas parecían haber salido antes que nosotros del avión, de modo que las localizamos rápidamente y pasamos por la aduana, también sin inconveniente alguno. El aeropuerto de Ezeiza es enorme y muy hermosamente decorado. En mi opinión es, junto a Guarulhos (Sao Paulo) uno de los dos más hermosos que he visto.


 Luis Zárraga, hermano de la vida y factor determinante para escoger a Argentina como destino, nos esperaba en el terminal aéreo para darnos la bienvenida y ayudarnos en la tarea de instalarnos, máxime dada la circunstancia de llegar a una hora tan avanzada. También nos ayudó con el cambio de los primeros dólares a pesos argentinos. La tasa actual es de 15,15 pesos por dólar.


Localizamos un taxi y al intentar meter las maletas el chofer abrió la puerta de atrás del carro, sin usar las llaves. “Siempre dejo una puerta abierta por si acaso”, dijo. Y nosotros no podíamos creer que fuese buena idea dejar el carro con una puerta abierta.


Algo que no sabíamos, inocentes corderillos, era que a las 12 de la noche Buenos Aires es una ciudad efervescente de actividad. Una ciudad viva como hacía años que no estaba en otra ciudad así. La cantidad de vehículos en la calle, altísima; autobuses a granel de muchas rutas distintas, luces, actividad comercial y gente, mucha gente en la calle.


Luis nos adoptó en su casa, ubicada en el sector de Caballito. Su hogar se ha convertido por estos días en una suerte de refugio, dado que su hermano, su cuñada y su mamá llegaron una semana antes a la ciudad y están viviendo allí temporalmente. Eso no disminuyó en lo más mínimo para que la sonrisa, el abrazo y la solidaridad de él y su esposa Charlotte nos recibieran con el mismo amor que en Caracas.

Dormimos poco y mal acomodados, pero logramos descansar un poco.





Buenos Aires se vistió de gris



A la mañana siguiente nos dispusimos a comprar comida para todos. Salimos Luis y yo a conseguir algunos víveres en comercios cercanos a su casa en donde, claro, ya lo saludan con afecto. Tras un breve recorrido, nos hicimos con una abundante ración de panes dulces y salados, queso “cremoso” (lo más parecido a los quesos blancos de Venezuela, pero mucho más graso y curado), jugo, refrescos y tomates.


Todo esto ocurrió mientras el clima lo permitió. Luego la ciudad se entregó a una lluvia intermitente, que convirtió al cielo en una capa gris que no me permitía levantar el ánimo. Me atrapó la certeza de que necesitaba huir al mar, al cielo azul del Caribe.


La sensación de desarraigo era profunda y me impidió disfrutar la compañía de los buenos amigos durante un buen rato. Luis intentó el rescate pero no era fácil. Ni el café ni la ducha me sacaron de allí. Pero teníamos tareas qué hacer, como encontrar el apartamento en que nos alojamos durante la primera semana (en Palermo, otra zona de Buenos Aires); hacernos con nuevas líneas telefónicas, comprar saldo, tarjetas sube, y aprendernos la ruta 92, que pasa a una cuadra de la casa de Luis y a dos del apartamento que ocupamos.


Aquí hay que hacer un alto necesario. Conseguimos este apartamento por AirBNB, una plataforma que permite a los dueños de viviendas alquilar las habitaciones que tienen vacías para gente que va durante lapsos breves a su ciudad. Lo interesante es que el contacto es directo con el dueño de casa y tuvimos la suerte de contactar a Pedro Mazzino, cuya hospitalidad sencillamente es gigantesca.


También debo decir que, mientras nosotros volábamos de Caracas a Buenos Aires, él viajaba desde esa ciudad hacia Miami, así que la habitación que alquilamos se convirtió en la práctica en un apartamento entero para nosotros dos. Mientras escribo esto, Pedro aún no ha regresado de Miami, y nosotros, perfectos extraños, ocupamos su apartamento con total libertad. Solo esperamos poder retribuir de algún modo tanta generosidad.


Igualmente hay que mencionar a Giovanna, la vecina del 2A, quien en ausencia de Pedro se encargó de recibirnos y entregarnos la llave, con una energía tan agradable como la que nos transmite a la distancia el dueño de casa. Ha estado muy pendiente de nosotros desde antes de llegar y también durante todo el domingo.


Lunes de reconciliación




Finalmente, pasamos nuestra primera noche de descanso en varios días. Al amanecer seguía el clima gris, pero mi ánimo había mejorado. Salimos a desayunar en uno de los 200 mil cafés que hay en cada cuadra. Fue muy divertido explicarle a la chica que nos atendió el profundo alcance de la palabra guayoyo (café negro, rebajado con agua). La tarta de auyama, requesón y espinaca que se comió Natasha estaba riquísima, y el sandwich primavera que me zampé no estaba nada mal.

Era hora de ir a apertrecharnos con alimentos para la semana. No caeremos en los lugares comunes, pero sí es duro ver de frente la variedad y abundancia que ya no se puede disfrutar en Venezuela.


Nuestro vicio máximo, el café, ocupaba un espacio mediano en uno de los anaqueles, pero nuestra sorpresa es que la gran mayoría de los paquetes disponibles contenían 10% azúcar. El anaquel de enfrente estaba repleto de yerba mate. Mate al natural, argentino, paraguayo, uruguayo, saborizado con naranja, con limón, mate dietético… mate, mate, mate... y claro, el olor del mate aniquilaba cualquier atisbo de aroma a café.


Pero nuestro amado grano marrón estaba ahí. Había sobre todo café proveniente de Colombia y Brasil. Tras una revisión más profunda, encontramos café argentino “sin azúcar añadida”, y esa fue la opción ganadora. La greca del apartamento sabe que lo hemos disfrutado.


Cuando íbamos a pagar las cosas adquiridas, caímos en cuenta en algo que no habíamos considerado: en los mercados argentinos no te dan bolsas. Debes llevar tus bolsas para la compra; así que debimos gastar 15 pesos en la adquisición de una. Nada grave.


Estar tranquilo y a solas con Natasha, caminar tranquilamente por las calles húmedas hicieron que la lluvia fuese un mal menor y me reconcilié con el cielo gris. El frío está ahí pero somos dos y sabemos muy bien cómo quitárnoslo.


Poco después un almuerzo delicioso, hecho con nuestras propias manos y escanciado con vino (placer culpabilísimo), fueron muy importantes para que el ánimo de los dos se elevase.

¡Azul en el cielo!


El martes la mañana nos sorprendió con un cielo azulísimo, más oscuro que el de la enseña nacional albiceleste. Hicimos un paseo por la avenida Santa Fe, una arteria vial importante que está a escasa cuadra y media del apartamento. El día anterior tuvimos la impresión de que se parecía a la avenida Urdaneta de Caracas, sólo que en los años ‘80 o ‘90.






Como dije antes, todo el transporte público se paga con la misma tarjeta “Sube”, que se recarga en los kioskos. En otra entrada hablaremos acerca de los “kioskos” bonaerenses y otras sorpresas.


Volviendo al transporte, es interesante que los buses son modernos por dentro, como los metrobuses caraqueños, pero de apariencia retro. Cada ruta está identificada con un cartel luminoso en la parte alta del frente de los “colectivos” (así llaman a los autobuses), que indican la ruta con un número gigantesco y muy brillante. Por si queda alguna duda, cada línea tiene buses distintos o, al menos, pintados con colores caracteristicos; es muy difícil confundirlos.






Mañana en la tarde nos veremos con Sandrita, una amiga con la que coincidimos en Cuba en 2012. Ya les contaré qué tal ese encuentro.

Comentarios

Loreto dijo…
Mirá che, como te vas argentinizando. Si te das un salto por Chile avisa.
Un abrazo Edu
Jael Irene dijo…
Uffff! Cuánto placer y nostalgia me produce tu relato. La Av. Santa te deslumbra a la primera. Y si, también se me pareció a la Av. Urdaneta la primera vez que la caminé. Ya irás encontrando otras avenidas y calles más encantadoras. Pero en Santa Fe esta la Librería ATENEO, supongo que ya pasaste por ahí. Yo tengo muy mala memoria pero Palermo por ejemplo es un paseo de Domingo sin desperdicio. Por Estados Unidos, creo que es el 501 está el Taller de Cerámica Dawa. Su dueña es Peggy Dickinson, entrañable amiga y una enamorada de Venezuela. Una vez me dijo que le gustaría vivir su vejez en Paría. Pásate por allá y vacila sus piezas. Los caballos son hermosos. También en San Telmo, recuerdo el Museo del Títere, un lugar pequeñito que ostenta una colección maravillosa de títeres del mundo. Y por favor! Vayan a la estación de ferrocarril de CONSTITUCIÓN y luego me cuentas. Ni hablar de Los Jardines de Palermo, una mezcla de Parque del este con Los Próceres donde se pueden alquilar bicis y patines pa pasar el día siguiente lamentándose el invento de volver a jugar como niños Jajaja! Mañana sigo leyendo tus crónicas.

Lo más visto