Crónicas Argentinas – Rosario, amor y odio.




El 17 de agosto se conmemora en Argentina la muerte del Libertador, General José de San Martín, que es feriado. Este año cayó en día jueves y, mediante un decreto, el gobierno movió el feriado hacia el lunes 21, con lo que se produjo un fin de semana extendido que transcurrió entre el 19 y el 21 de agosto.





Sabiendo esto con antelación, nos confabulamos para hacer un viaje hasta Rosario, en la provincia de Santa Fe, junto con Sandra y Silvina, dos troperas RE cómplices que se han convertido en unas compañeras un pelín complicadas, pero divinas por su permanente jodedera (a veces muy ácida) y en general su buen humor.



De izquierda a derecha: Sandra, Eduardo, Natasha y Silvina /Eduparra75



La aventura también era posible porque en Rosario vive Soledad, pareja de Pablo Pinet (tropero cubano), en cuya casa nos quedamos a dormir un par de noches. Además, de mi parte hacía tiempo que tenía pendiente la visita a otros dos buenos amigos: Pablo Poletto y Diego Muíño, a quienes conocí en La Habana, durante un maravilloso encuentro en el año 2012, con concierto incluído. Pregúntenle a Silvio.

Rosario es, además, la ciudad natal de Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como “El Ché”, así que había algo de mágico en la posibilidad de viajar a un espacio que, desde Venezuela, luce casi mítico.



¡Aquí es! /Eduparra75



La rueda y el camino...


Salimos del perímetro urbano de Buenos Aires (CABA) aproximadamente a las 10 de la mañana, dispuestos a un viaje de poco más de 3 horas y media. Rosario queda a más de 300 km al noroeste de Buenos Aires, acomodada en la ribera occidental del río Paraná, y su altura promedio es de apenas 25 metros sobre el nivel del mar. La pendiente es escasísima.


Hay que salir de Buenos Aires por la avenida General Paz, que enlaza con la Panamericana. Luego se toma la autopista Buenos Aires – Rosario y listo. Sólo hicimos dos paradas. La primera fue en un kiosko a orilla de carretera en el que vendían quesos frescos y dulcería local.



Olía riquísimo
Compramos una bola de queso con orégano que aún vibra en mis papilas gustativas, y también un frasco de quinoto en almíbar. El quinoto es una especie de cítrico muy ácido y de pequeño tamaño, como del de una ciruela.

Señalan los expertos que no debe confundirse con el kumquat o “naranjita china”, pero la verdad es que yo mismo pensé que eran la misma fruta. El quinoto tiene 10 gajos y el kumquat sólo cuatro. Y claro, en almíbar ¿quién va a estar contando los gajitos? ¡Son RICOS!

Luego hicimos una parada para poner gasolina en la estación YPF ubicada un poco antesde San Nicolás de los Arroyos. Estuve a punto de comerme un pan relleno con un suculento asado que preparaban allí mismo. Pero ya estábamos cerca de Rosario y había comida allá.

El paisaje durante el viaje nos recordó a ratos los llanos del oriente venezolano, hacia la zona de Maturín, o incluso en algunos sitios a los llanos de Portuguesa. Finalmente, llegamos a Rosario y tomamos la avenida perimetral para llegar a casa de Soledad, en la zona norte de la ciudad.


El “Che” de las llaves y la seguridad


Rosario tiene más de 1,2 millones de habitantes, y si se cuenta con los alrededores, llega a 1,7 millones. Es la tercera ciudad más poblada de Argentina, después del inmenso conglomerado bonaerense, y Córdoba. También es la cuna de la bandera del país, que fue izada por primera vez en esa ciudad el 27 de febrero de 1812, a manos de General Manuel Belgrano, prócer de la independencia.

Sus calles son hermosas y tiene lindas casas. Las avenidas principales nos recordaron un poco a las de Puerto La Cruz, aunque sin demasiados edificios altos. También pudimos constatar la pobreza en la ciudad. Vimos por primera vez una verdadera “villa miseria”, con sus ranchos de lata, muy similares a los que existen en los cerros de Venezuela. Gente muy, muy pobre vive allí.
 
Hecha con miles de llaves. /Eduparra75
Tras un opíparo almuerzo con base en empanadas y una torta exquisita, preparadas por Soledad, salimos a conocer algunos lugares de nuestro interés. Se nos había unido Diego Muíño, así que había dos carros para trasladarse. El primer sitio que quisimos visitar fue la Casa Natal del “Che” Guevara.

Fue decepcionante. Quien sería un referente revolucionario histórico nació en un apartamento ubicado en el piso 2 de un edificio ubicado en la calle Entre Ríos 480. No hay otra cosa que un cartel que indica que allí nació El Che. Para la máxima ironía, la planta baja está ocupada con una agencia de la aseguradora Mapfre.

Y allí encontramos la primera historia de amor y odio: el Che Guevara no es un héroe para todos. Hay quien lo ame y quien lo odie con la misma intensidad. Dos cuadras más y nos enciontramos en una plaza con un mural del Che que no quise fotografiar, porque estaba vandalizado. Entre manchas de pintura y letreros de “asesino” se perdía el rostro del guerrillero.

Conversando con los compañeros de viaje, decíamos que era natural que un espacio dedicado al Che Guevara no hubiera recibido el tratamiento que merece. ¿Cómo pedirle alguna consideración hacia el guerrillero heróico a los abominables gobiernos militares que dominaron los años 60 y 70, no sólo en Argentina sino en todo el Cono Sur, mediante el Plan Cóndor?

En realidad es medio milagroso que el apartamento exista aún.

Un poco adoloridos por el estado de la plaza, fuimos a ver la estatua que la gente de Rosario erigió en honor al guerrillero heróico. Se trata de una estatua más bien pequeña que está colocada sobre un pedestal muy simple. Pero tiene un enorme mérito: fue construida con bronce proveniente de miles de llaves donadas por el pueblo argentino.

Hoy, esa estatua se enfrenta a una corriente iconoclasta que plantea que es una vergüenza que El Che sea considerado un héroe, lo acusan de asesino y, por tanto, plantean derribarla. Esperamos sinceramente que no logren hacerlo.




La estatua del Che está ubicada muy cerca de una antigua estación de trenes, hermosa por demás, que los rosarinos han sabido conservar muy bien. Toda el área está llena de un verdor delicioso para la vista. Apenas al llegar a la estatua sentimos un olor parecido al del incienso, agradable, pero desconocido.

El 27F no falla /Nat. Delgado 
Todo el complejo está junto a la avenida 27 de febrero, fecha que tiene una connotación muy distinta en Argentina respecto a nuestro caso.

Nos quedamos un rato conversando, haciendo fotos y disfrutando el paisaje, cuando Natasha dijo que sentía algo de dolor de cabeza. Quien nos sacó de dudas fue Diego Muíño, quien explicó que el olor que sentíamos provenía de una especie de marihuana de baja calidad llamada "prensado paraguayo". De ahí el dolor de cabeza.

Nada que no se resolviera con un paracetamol, amablemente suministrado por nuestra hipocondríaca favorita, que no diré quien es.


Acuarela del Río



De ahí nos fuimos a tomar un café en la orilla del río Paraná, uno de los grandes afluentes que conforman el enorme estuario del río de la Plata que, trescientos kilómetros más abajo, mezcla sus aguas con las del río Uruguay.

Por supuesto que he estado frente a ríos grandes, como el padre Orinoco, o incluso frente al Amazonas en una de las partes más anchas de su recorrido (en Manaus), pero esta vez la sensación fue muy estremecedora.

Estábamos muy al norte de Rosario, relativamente cerca de un puente que comunica con la provincia de Entre Ríos.

El Paraná producía un oleaje con sonido marino y la arena de su playa es muy similar a la del mar. Durante el viaje habíamos hablado con Sandra, habitual visitante de La Habana, acerca de ese embrujo que tiene el agua, esa necesidad que a veces golpea muy fuerte, de sentir la cadencia del mar y su enormidad frente a la cara.

Cuando salimos de la acera del bulevar y tocamos la arena, blanda, se me apretó el corazón y abracé a Natasha. Sentí que estábamos frente al océano; sólo faltaba el olor a salitre.

Tuve el impulso de correr y lanzarme al agua, pero supuse que sería muy peligroso si hubiera algún caimán y además hacía un frío que en mi caso es totalmente incompatible con mojarse, así que no cedí al impulso y, en cambio, nos fuimos al café.

Según nos explicó Diego, había llovido mucho en esos días, y el río bajaba con un oleaje inusual. El calado de los barcos que lo navegan es impresionante. Supe luego que muchos de ellos van llenos de cereales que vienen del norte y que Rosario cuenta con un gran puerto.

Imagino que muchas de las cosas que hemos comido en Buenos Aires alguna vez fueron transportadas en barcos como los que vimos esa noche.

Luego les cuento cómo fue nuestro domingo en Rosario, pero por ahora les dejo esta foto de la orilla que les decía. Atención a la arena y a las olitas... parece el mar. Al fondo, las luces de la ciudad.




"Un paisaje de cielo refleja las aguas del gran Paraná" /Eduparra75

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