Crónicas Argentinas: TRICAMPEONES

 

Argentina acaba de convertirse en Campeón Mundial de Fútbol de Qatar, alzando así la Copa de la FIFA por tercera vez, y estuve ahí para vivirlo personalmente. En Argentina, no en Qatar.





Todos los que me conocen saben que soy muy cercano a la cultura de dos países aparte de Venezuela: Cuba y Brasil; y que soy fanático del equipo brasileño desde muy joven; es una debilidad por el gigante sureño que me llevó a aprender portugués y también a muchos otros acercamientos a la música y danza de ese país. Y al fútbol.


Pero antes, vivía en Venezuela y en mi país, para la mayoría de la gente, el fútbol, y el deporte en general, son simples eventos de entretenimiento y no conllevan nada más que eso. Nuestro deporte más popular, el beisbol, suele ser un espacio de encuentro para personas de los equipos enfrentados,


En Argentina el fútbol es una fuerza viva, un huracán, un elemento que condiciona emocionalmente al país entero; es inenarrable, dirían Les Luthiers. Veamos si logro acercarme: lo que para Brasil o Uruguay es el carnaval; lo que para Venezuela es la Navidad y las tradiciones festivas, lo que para México es el picante; todo eso junto, mezclado y potenciado, es el fútbol en Argentina.


El fútbol es la medida del bien y el mal, y esto se cumple para lo bueno y lo malo; por ejemplo, el fútbol puede ser la excusa para la violencia de los desadaptados y las barras bravas (en Argentina no se puede entrar al estadio del equipo A con el uniforme del equipo B, porque es peligroso); pero bueno, esta vez el fútbol es la maravilla, la alegría.



La selección inservible


Con más de 5 años en Argentina, ya hemos visto la pasión que ellos sienten por el fútbol y como sufren cada derrota. También hemos visto cómo la prensa alimenta la pasión del pueblo, a veces de forma malsana.




Este es mi segundo mundial desde que vivo acá y en Rusia 2018 a Argentina no le fue bien. Clasificó segunda en su grupo, detrás de Croacia, y fue eliminada en la segunda fase por Francia, en ronda de penales. Antes de eso, en 2014 Argentina fue subcampeona al caer en Brasil ante Alemania, 1-0 en tiempo extra.


Pero también en la Copa América se acumuló frustración. Argentina la organizó en 2011 y no llegó a la final. Luego, en 2015 sucumbió ante Chile en la final, sólo para repetir este resultado en 2016 (hubo una Copa América extraordinaria).


¿Qué demonios pasaba con la selección Argentina? Nada malo, en realidad. Se trata de un equipo que logró ser subcampeona dos veces en Copa América y una vez en el mundial en un período de apenas dos años; pero, al ser “poseedores” del mejor jugador del mundo, Lionel Messi, el pueblo entendía que ese jugador tenía la responsabilidad de ganar cualquiera de los torneos en los que participase.



La prensa argentina ha sido durísima con su selección y con Messi en particular. Messi fue acusado de ser poco argentino, de jugar al fútbol sólo cuando hay grandes cheques a su favor; de no amar la camiseta, de ser un traidor. Llegamos a escuchar a detestables comentaristas decir que era preferible no tener a Messi en la selección. Esto sin hablar de los directores técnicos, a quienes criticaban con la misma furia que a Messi.

La reacción del rosarino fue renunciar a la selección, lo cual avivó las acusaciones ya planteadas. Esto significaba, por supuesto, que se había tocado fondo y parecía que no había manera de resolver esta situación.


Entonces apareció un ofrecimiento por parte de otro Lionel: Lionel Scaloni, para dirigir al grupo y algunas de las máximas figuras del fútbol, incluyendo al D10S Maradona (y la prensa, claro) lo masacraron, diciendo que no tenía la experiencia, que era una vergüenza, que esto y aquello, pero…


La resurrección


Con la entrada de Scaloni en el equipo las cosas comenzaron a cambiar rápidamente. En 2021 Argentina se alzó campeón de la Copa América con un doloroso 1-0 contra Brasil (recuerden que me gusta la Seleção. Por eso fue doloroso), y también en ese torneo surgió la figura de Emiliano “El Dibu” Martínez, un portero prodigioso que acaba de llevarse el guante de oro en el mundial.


A partir de ese momento el amarillismo de la prensa cambió por un discurso acaramelado, empalagoso y casi servil, deshaciéndose en halagos hacia la selección. Los mismos comentaristas que meses antes la consideraban insalvable. Ahora, con Scaloni al frente, pasan a llamar a esta selección “La Scaloneta”.



Cuando comienza el mundial en Qatar, Argentina lleva 36 victorias consecutivas y todo el mundo la veía invencible. Pero pierden el primer partido ante Arabia Saudita y con la misma convicción que antes los ensalzaban, la prensa comienza a criticarlos sin piedad, en un comportamiento bipolar, absurdo.

El resto de la historia es conocido y reciente. La épica de Messi, “El Dibu”; Di María reservado para jugar el último partido, el más importante; el sacrificio de Di Paul y la monumental cerrada de jeta que la Scaloneta le infringió a sus detractores, comenzando por Mbappé, quien asumió inferiores y en desventaja a los suramericanos.


Pero lo increíble, lo realmente increíble, ha sido la experiencia de vivirlo todo estando en el país que es protagonista, sintiente y sufriente de todos estos altibajos. Durante todo este tiempo han aparecido himnos, consignas, gritos, lemas y cuanta cosa se le pueda ocurrir al imaginario argento en tiempo de vida o muerte; o sea, durante un mundial.


Desde el “Muchaaaachos, ahora nos volvimo’ a ilusionar” de La Mosca, pasando por el “Abuela, la la la la la” y sin olvidar el genial “qué mirá bobo, andapashá” de Messi, durante un mes el país ha sido otro, completamente irreconocible para quienes llegamos con el cuento empezado, hace 5 años y tanto.


La celebración


Escribo esta parte el texto a las 9 de la mañana, hora Argentina. Aunque el juego terminó ayer antes de las 4:00 de la tarde, a las tres de la mañana de hoy aún se podían escuchar pitos, alarmas, celebraciones, cánticos, borrachos, gritos de júbilo y realmente es bueno ver felices a tantas personas. El no poder dormir un día es un precio pequeño en comparación.


No es necesario explicar que en Buenos Aires la concentración en el Obelisco comenzó apenas se pitó el último penal y cuando nos acercamos a la zona había un auténtico río humano, que en Venezuela sólo habíamos visto por motivos políticos.




En menos de 10 minutos el río se convirtió en un mar de gente y fue prudente salir de allí para regresar a casa. Entramos Natasha, Ingrid (su mamá) y yo al Subte, donde la celebración tenía tanta fuerza como en la superficie; al punto que 5 de las 6 líneas del transporte subterráneo estaban paralizadas. Tras nosotros se cerró la puerta de la estación, colapsada por la gente que llegaba a la zona. Afortunadamente íbamos en dirección opuesta y tomamos el último tren que ofreció servicio a esa hora.


Salimos a la superficie a unas 10 cuadras de casa y tomamos una calle muy poco transitada para evitar demorarnos más de la cuenta; de todos modos tuvimos que atravesar la emblemática avenida Corrientes y allí otro río humano iba a encontrarse con el anterior en el Obelisco.


Finalmente llegamos a casa y pudimos relajarnos un poco. La calle seguía hirviendo de gente, todos con sonrisas; todos contentos, muchos francamente eufóricos, drogados de adrenalina, de alcohol, o de cualquier otra droga. ¿Y qué carajo importa? Cuando bajé al mercado, un muchacho con una sonrisa de morder orejas me dijo “hoy todos somos argentinos”, y me lo creí.





Y bueno, sólo hay una palabra más qué decir: ¡TRICAMPEONES!

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